MARIANO CALVO HAYA
El Diario Montañés 08.11.08 - TRIBUNA LIBRE
De la época en que se desarrolló mi infancia me vienen a la memoria ciertos programas que se radiaban desde algunas emisoras, en los cuales se mandaba toda suerte de felicitaciones a los oyentes, acompañadas generalmente de las canciones de moda en la España de aquellos años. No sé si el Corrido de Juan Bedoya lo era, incluso apenas si recuerdo otra cosa que su título pero, desde luego, en la radio santanderina se escuchaba entonces bastante a menudo. Ninguna otra cosa salvo la casualidad unía a la mencionada canción con los hechos y las personas a las que parecía recordar en la provincia de Santander en aquella década de los 60. Ahora, transcurrido mucho tiempo desde entonces, me gusta creer que esa canción mexicana servía de rondón para mantener viva una llama, una rebeldía, cabizbaja pero no sometida, que apenas traspasaba el ámbito del murmullo en las viejas cocinas de una región que llevaba para entonces mucho sufrimiento y mucho silencio a cuestas.
Tanto Juan Fernández Ayala como Francisco Bedoya son, para el imaginario popular de Cantabria, los dos iconos más fidedignos de lo que representa el guerrillero opositor a la dictadura de Franco hasta las últimas consecuencias. Y no hay duda, para el que esto escribe, de que el mito tras la muerte violenta de ambos contribuyó a que permaneciera latente la esperanza de acabar como fuera con la ignominia. Así ocurrió antes y también después. Ejemplos suficientes hay en este país y en el mundo. Sin embargo, detrás de todos los mitos y detrás de todos los héroes, oculto por su estatura de gigante, siempre se encuentra el ser humano dolorido. O más bien, los hombres y mujeres que también lucharon, sufrieron y perdieron, y que a la sombra de ambas figuras preeminentes corren el riesgo cierto de ser olvidados en esta historia tan cercana, pero al tiempo tan desconocida.
El libro que Valentín Andrés Gómez ha presentado recientemente, "Del Mito a la Historia. Guerrilleros, maquis y huidos en los montes de Cantabria", tras varios años de trabajo serio, respetuoso y silencioso, trata precisamente de sacar a la luz a esas mujeres y a esos hombres que padecieron hasta extremos a los que hoy en día, en nuestro acomodo, no estamos acostumbrados, y que sin exagerar calificaríamos de sobrehumanos. En ningún momento el autor pierde de vista esta intención. Basándose en los propios testimonios de sus protagonistas, se propone desbrozar lo enmarañado del bosque mitológico en el que habitan los héroes para localizar lo que de humano y terrenal hay en ellos, que a la postre, tras tanta adversidad, es lo que les distingue y hace únicos.
En ese empeño se desgrana en este libro todo un reguero de vidas maltratadas y de aspiraciones frustradas por un Régimen que se creyó en posesión de toda verdad, es decir, de la verdad absoluta, lo cual no deja de ser pura entelequia. El lector, a poco que se apasione y se adentre por las revueltas de los senderos del libro, podrá escuchar las voces de los testigos y ser espectador a su vez de unas páginas de nuestra historia tan emotivas como amargas y tan cercanas como ignoradas.
Es justo señalar también, antes de finalizar, la dificultad que entraña, y que a mi juicio se resuelve con rigor no exento de amenidad -lo que no es poco-, tratar la Historia a través de sus fuentes orales, testimonios muchas veces sacudidos por el dolor o el miedo, o filtrados por el tiempo y el olvido, lo cual hace aún más meritoria la labor del autor en aras del conocimiento.
Y, por último, dado que conozco a Valentín Andrés desde hace muchos años y hemos compartido algunos sueños, algunos sinsabores y no pocos ideales, creo poder afirmar sin temor a equivocarme que este libro, además, viene a ser un espléndido homenaje a la memoria y a la justicia, no sólo para los que murieron y para los supervivientes, para los exiliados de fuera y para los del interior, para los humillados y los ofendidos o para aquellos que enmudecieron y no pudieron llegar a ser lo que deseaban ser, sino también para los que vinieron después, con la misma determinación en los ojos. De los que tanto aprendimos y a los que tanto echamos de menos.
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