«Los obreros del túnel éramos tan jóvenes que aún duelen las muertes»
Matías Sainz estuvo en La Engaña
con los presos republicanos en 1942 y allí seguía en 1961, cuando
acabaron los trabajos en el tramo
Diario Montañés.15.04.12 - 00:08 -
«Fueron los penados los que comenzaron a construir el
túnel de La Engaña en 1942. Siempre los llamaban así, no usaban la
palabra presos. Días después de empezar ellos, el encargado, Francisco
Martínez, nos dijo que se iba a organizar una brigada de libres y otra
de penados. Y así fue. Trabajábamos juntos divinamente. Nunca hubo un
problema. Yo tenía 18 años. Allí, el que más tendría 24 o 25, excepto
dos presos que andaban por los 40», recuerda, a sus 89 años, Matías
Sainz López, que se incorporó a las obras en 1942 y seguía allí en 1961,
cuando concluyeron.
La juventud de aquellos obreros acrecentaba el dolor de
ver cómo sacaban por la boca del túnel a los que morían aplastados por
una roca o en otro tipo de accidentes menos frecuente. «Me acuerdo sobre
todo de Torcuato y del otro joven, pero fue una pena tan grande que no
quiero recordarlo porque me da mucha tristeza», se lamenta Matías.
Torcuato y el otro joven, que se llamaba Ignacio,
murieron en 1957 en una explosión. El equipo de ensanche olvidó hacer la
señal luminosa que indicaba desalojo y la detonación del barreno los
pilló de lleno. Nunca se ha sabido con certeza el número de fallecidos
en el túnel, pero la empresa Portolés dio en 1959 la cifra oficial de 16
víctimas mortales.
Bajo la vigilancia de los guardias, los prisioneros
republicanos de los destacamentos penales del franquismo acometieron
entre 1942 y 1945 las tareas más penosas del tramo del ferrocarril
Santander-Mediterráneo entre Pedrosa de Valdeporres y Vega de Pas, que
eran, precisamente, las del calado del túnel. «Lo primero que
construyeron fue la galería pequeña». Matías se refiere a la galería de
enfilación, que hoy sigue intacta. Este conducto se sitúa a la derecha
de la boca burgalesa y sirvió para calcular la trayectoria del túnel a
partir de la curva inicial. El trazado es totalmente recto después de
esos primeros 300 metros.
No pudo soportarlo
«Aguanté poco más de un mes barrenando. Salíamos del
túnel completamente blancos, por la arenilla que se desprendía, y no nos
conocían ni en casa. No quise seguir y me enviaron a limpiar cunetas y
trincheras», relata Matías Sainz. La tónica general tanto en Valdeporres
como en Vega de Pas era esa: los oriundos de ambos valles se negaban a
trabajar en la perforación. Esa tarea quedaba para los emigrantes
andaluces, extremeños y de otras regiones que venían de fuera a ganarse
un sueldo y que, en los primeros años, contrajeron en masa la temible
silicosis.
Los presos políticos no podían elegir. Aunque, como
señala Matías, «el trabajo en el túnel era igual para los libres y para
los penados», había notables diferencias. El jornal era el mismo, pero
mientras que un obrero libre percibía su paga íntegra, la del reo la
ingresaba la Jefatura del Servicio Nacional de Prisiones y a él sólo le
daban 50 céntimos para sus gastos. Con sólo media peseta en el bolsillo,
los condenados a trabajos forzados se ofrecían para labores del campo a
cambio de comida en su escaso tiempo de descanso.
Trabajar fuera del túnel no eximía de todos los peligros.
Raro fue el obrero que no sufrió algún accidente y Matías no es una
excepción. Se quita la gorra para mostrar un hoyo en su calva.
«Estábamos comiendo tranquilamente en la trinchera otro muchacho llamado
Pepe y yo. El capataz pegó fuego a un barreno encima, en la cantera, y
salió una nube de piedras. Echamos a correr, pero a mí se me metió una
hasta los sesos. Me paralizó todo el cuerpo. Estuve tres meses en el
hospital de Burgos». Otros perdieron dedos o una mano seccionados por
vagones y vagonetas.
Matías dejó las obras para ir a la mili en 1944, con la
mala suerte de que le destinaron a canteras y estuvo de picapedrero
hasta 1946. A su regreso, la mayoría de los penados se habían ido,
merced al indulto otorgado por la dictadura franquista en 1945. El
jornal de este vecino de Rozas era de 9 pesetas. «Pedí al señor Uriarte
que me lo subiera y me mandó a trabajar a destajo. Sacaba el doble de
jornal y me lo mejoraron a 11 pesetas».
Pero aquel invierno de 1946 lo enviaron a Vega de Pas.
«Allí, en Yera, no habían empezado el túnel. Estuve 25 días. Hicimos la
caseta del compresor. Dormíamos en una cabaña, muy mal. De regreso a
Valdeporres, pedí la cuenta y no volví hasta que me casé», relata
Matías. Si para los del norte ya se hacía cuesta arriba, la vida en la
Vega era especialmente difícil para los obreros llegados del sur. Manuel
Pelayo, pasiego hecho al clima del valle, se alojaba en una de las
cabañas que tan inhóspita le resultó a Matías y, a sus 87 años, da fe de
lo duro que resultaba aquello para los andaluces. «Siempre tenían
frío», dice.
A Matías Sainz le encomendaron tareas muy diversas.
«Desde hoy, a la subestación eléctrica», le comunicaban de repente.
«Mañana, a la explanación». Por si no había tenido bastante con la mili,
estuvo en la cantera de la que se sacaba la piedra para los andenes.
Pero fue en la cementera donde más tiempo pasó. La alta torre en la que
se trituraba roca y se mezclaba con arena y cemento aún se yergue a la
izquierda de la boca sur del túnel. Aunque más deteriorada, también
sigue en pie la de Yera, a unos metros de la boca norte.
«Este jodido me va a matar»
En la caseta que coronaba la torre, Matías se deslomó.
«Le dije al señor Daniel que yo solo no podía y me mandó a un gallego
que no paraba de cantar, ¡y cómo cantaba! Una noche llegaron dos trenes
de Mataporquera llenos de cemento y el capataz Escoda vino a las tres de
la madrugada a decirme que tenía que doblar el turno. Yo le decía a mi
compañero Manuel Bueno: 'Este jodido me va a matar'». Su turno habitual
era de ocho de la tarde a ocho de la mañana.
Matías estuvo al servicio de las dos empresas
concesionarias. Las obras del tramo Santelices-Yera del
Santander-Mediterráneo se adjudicaron a Ferrocarriles y Construcciones
ABC en 1941 y fueron transferidas a Portolés y Compañía en 1950, cuando
sólo se habían completado 500 metros del túnel por la boca sur. «ABC
trabajaba mejor. No hay más que ver cómo está el cemento que pusieron
ellos y cómo está el que se hacía después. Con Portolés llegué a hacer
110 vagones de hormigón en una sola noche». Como todos los que dejaron
parte de su vida en aquellas obras, Matías siente «mucha pena de que
todo fuera para nada».
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