Contra un muro infranqueable nos hemos dado un coscorrón
Así como Don Quijote entró en El Toboso a medianoche y sin luces, topándose con la iglesia principal del pueblo, también en mi barrio nos hemos dado siempre con la iglesia, con la nuestra, una humilde capilla que nunca necesitó torres ni campanarios, porque allí somos más bien tirando a austeros y templados.
La capilla del Barrio San Francisco ha sido desde que yo recuerdo el lugar al que todos íbamos a parar. En un barrio obrero y de aluvión había que economizar recursos, así que por ahí hemos pasado, durante años, todos: niños que se reunían, adolescentes que se reunían, estudiantes que se reunían, trabajadores que se reunían, vecinos que se reunían…
Hasta creyentes se reunían.
Allí hemos recibido a los que llegaban y hemos llorado despidiendo a los que se marchaban.
Por eso, ese pequeño local en los bajos del portal número 20 ha sido toda la vida un lugar de celebración.
Y además los vecinos del barrio, con amistades o con rencillas, siempre hemos sido muy nuestros.
No es extraño entonces que ahora, cuando alguien desde fuera pretende arrebatar nuestra costumbre y nuestra historia cerrando el recinto a cal y canto, el vecindario se rebele.
En estos momentos a esa Jerarquía que actúa de modo tan administrativo y tan poco pastoral habría que recordarle que sería bastante apropiado que escuchase a sus ovejas, no vaya a ser que se descarríen. ¿Que no hay curas? Por lo que sé hay hasta voluntarios.
No vamos a pedirle al Obispo milagros en estos tiempos en que son otros los que se afanan en repartir panes y peces entre los necesitados. Pero sí, al menos, algo de fe. Aunque sea la fe de nosotros los ateos.
La capilla del Barrio San Francisco ha sido desde que yo recuerdo el lugar al que todos íbamos a parar. En un barrio obrero y de aluvión había que economizar recursos, así que por ahí hemos pasado, durante años, todos: niños que se reunían, adolescentes que se reunían, estudiantes que se reunían, trabajadores que se reunían, vecinos que se reunían…
Hasta creyentes se reunían.
Allí hemos recibido a los que llegaban y hemos llorado despidiendo a los que se marchaban.
Por eso, ese pequeño local en los bajos del portal número 20 ha sido toda la vida un lugar de celebración.
Y además los vecinos del barrio, con amistades o con rencillas, siempre hemos sido muy nuestros.
No es extraño entonces que ahora, cuando alguien desde fuera pretende arrebatar nuestra costumbre y nuestra historia cerrando el recinto a cal y canto, el vecindario se rebele.
En estos momentos a esa Jerarquía que actúa de modo tan administrativo y tan poco pastoral habría que recordarle que sería bastante apropiado que escuchase a sus ovejas, no vaya a ser que se descarríen. ¿Que no hay curas? Por lo que sé hay hasta voluntarios.
No vamos a pedirle al Obispo milagros en estos tiempos en que son otros los que se afanan en repartir panes y peces entre los necesitados. Pero sí, al menos, algo de fe. Aunque sea la fe de nosotros los ateos.
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