He terminado de leer el libro de Gloria Ruiz, y por mi cabeza han pasado un cúmulo de sensaciones y paisajes que me son cercanos. Quizá el de la mujer, la madre, la novia, la esposa, y cómo no la maestra el de la compañera es el que me parece que mejor recupera y retrata Gloria. En un mundo dominado por la foto, la imagen, la placa y la declaración, el trabajo silencioso y cotidiano manchado de hollín y de grasa se nos ha quedado desdibujado a la sombra de la memoria histórica, de la historia, de los mitos y de los héroes en los que el recuerdo de la Guerrilla antifranquistas se ha centrado. Gracias Gloria por acercárnoslas.
La figura de Marcos Campillo, del que ambos compartimos recuerdos aparece en un recodo de la novela; y el pasaje que ella recrea se me hace conocido:
“Sobre Marcos existían todas las leyendas que pudieran imaginarse. Era un hombre colosal pero su mirada imponía más que su estatura… La necesidad lo convirtió en cirujano; la necesidad y su decidida voluntad de retener la vida de sus camaradas cuando ésta amenazaba con irse. La primera que intervino a un compañero, alumbrado por una linterna que temblaba y cambiaba de de mano según el aguante de quien la sostuviera, fue el asombro de todo su grupo. Harto de bamboleo de la luz, acabó la intervención sujetando la linterna con sus dientes fieramente apretados. El herido casi de milagro salvó la vida, y como la luz de la linterna, oscilaba ente el amor paterno del “Cirujano” y el filial del guerrillero curado”. ("Sin un adiós". Ed. Latitud Norte.)
Esta historia es cierta, tiene su tiempo y su espacio. Si os parece la semana que viene os la cuento, pero de la mano del propio Marcos campillo; extrayendo sus palabra de la entrevista que grabamos en 1995. Solo anticiparos que el compañero a que se refiere Gloria no es otro que Benardo Quintiliano Guerrero “El Tuerto”, que recibió el apodo tras perder el ojo en un tiroteo con la Guardia Civil y que Marcos le tuvo que “operar”.
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